10.02.2017

¿Si será que me arriesgo?


Una inquietud que sentimos con frecuencia es la de no saber como hacerle frente a una situación y si debemos cambiar lo conocido, por algo que se presenta como posible o interesante, pero a la hora de la verdad desconocido. 

El cambio es una transformación que hacemos como consecuencia de la necesidad de encontrar coherencia en nosotros. O sea, que cuando hay una brecha entre lo que pensamos y lo que hacemos o lo que sentimos y lo que hacemos, notamos una presión interna que se va haciendo cada vez más fuerte y nos hace buscar alternativas de solución. 

A veces nos cuesta decidirnos por alguna de las opciones disponibles, entre otras cosas porque la vida no nos da garantías y generalmente queremos estar seguros de los resultados que vamos a tener, pero eso no opera así. En nuestras manos tenemos los procesos, el hacer lo que consideramos mejor en cada ocasión, pero los resultados son el fruto de un sinnúmero de eventos o circunstancias y no podemos controlarlos todos. 

La vida no nos da garantías, pero si nos da señales y en la medida en que estamos atentos podemos leerlas para ver en ellas las ventajas o desventajas de lo que deseamos. Con esta claridad podemos decidir que vamos a actuar, aunque no tengamos certeza total o nos acompañe la incertidumbre, o debamos soltar el afán de controlarlo todo y lo hacemos porque necesitamos responder a lo que en verdad nuestro corazón anhela.

¿Y cómo diferenciar lo que nos dice el corazón de los caprichos del ego o de la mente? Inicialmente no parece muy fácil, pero si lo es y todos lo hacemos. Miramos aquello que deseamos modificar u obtener y revisamos su conveniencia -a mediano y largo plazo- y su coherencia con nuestro plan de vida.

Salir de la zona de confort no es fácil a menos que tengamos claro el propósito de llevarlo a cabo, verdad? Y cómo o cuándo hacerlo lo decide cada quien y lo hace a su estilo, a su ritmo y a su modo. Nadie puede decidir por otro(a) o hacer lo que a él o ella le corresponde.

La vida no nos da nada que no podamos manejar, podemos confiar en eso ya que es un principio de justicia y armonía. Lo que nos trae cada día son posibilidades de aprender y somos nosotros quienes las juzgamos como buenas o malas, pero mirando el contexto seguramente muchas veces revisaremos esos juicios y veremos cómo gracias a ellas hemos fortalecido nuestro proyecto de vida.

Aunque la experiencia nos muestra que no todo cambio trae dolor, hay ocasiones en que el miedo a sentirlo nos paraliza, pero si la situación actual nos duele y si al transformarla podemos lograr mayor coherencia o felicidad, encontraremos el valor necesario, porque sabemos que con el tiempo el dolor pasa, lo cual no sucederá si nos quedamos atrapados en la situación. 

En síntesis abrirnos  al cambio es aceptar la vida, porque la realidad es dinámica, cambiante y se nos facilita si consolidamos la capacidad de escuchar nuestro corazón. Recordemos que podemos cambiar siempre que sepamos con claridad que queremos y además llevemos a cabo las acciones necesarias para lograrlo.

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