4.30.2018

Ampliando la mirada…


Nuestra vida cambia constantemente, unas veces de manera muy visible, otras no tanto, y aunque en algunas ocasiones nos queda fácil aceptar lo nuevo, en otras nos cuesta mucho trabajo hacerlo porque no entendemos lo que nos ha sucedido.

Sabemos que el universo se mueve a partir de leyes físicas, ellas nos dan estructura y orden para que podamos funcionar con claridad. Por ejemplo, por la ley de la gravedad sabemos que si soltamos un objeto, tiende a caer al suelo. Muchos no entendemos todo lo que hay detrás de esa ley, pero en la vida diaria la usamos automáticamente.

Así mismo, hay leyes que se aplican no solo a nivel físico sino también a un nivel que podemos llamar espiritual. Esto nos ayuda a entender que lo que nos sucede tiene un sentido que va más allá de lo aparente.

Veamos un solo caso, la ley de la causalidad. Ella nos dice que toda acción, produce una reacción. O lo que es lo mismo, cada causa produce un efecto, pero a veces pueden unirse varias causas o varios efectos y por eso no vemos su funcionamiento de manera tan inmediata o evidente. 

Esta ley afecta directamente nuestras decisiones y acciones diarias pero siempre podemos revisarlas antes de ejecutarlas si usamos sus dos principios: de una parte la justicia, porque las consecuencias (o sea, los efectos de lo que hacemos) se aplican a todos nuestros actos -independientemente de que sean acertados o desacertados-; y de otra, la armonía, porque siempre nos da la oportunidad de hacer las cosas con coherencia, como consideremos que estarán bien hechas.

Estos dos criterios nos ayudan a mirar si lo que queremos hacer es justo y armónico en este momento y a lo largo del tiempo: con nosotros mismos, con los otros o con el medio ambiente y si queremos recibir las consecuencias que nos esperan. Por ahí dicen que “la siembra es voluntaria pero la cosecha es obligatoria”.

Igualmente, aplicar nuestro propio criterio es indispensable. Si tenemos dudas de qué hacer ante una situación, podemos preguntar, podemos asesorarnos, pero después debemos pasar esa información por nuestro propio filtro y ahí sí, decidir que hacer o que no hacer, pues nuestra responsabilidad nunca la podremos delegar. 

Mantener la mente abierta a las posibilidades que nos trae cada día, es por decir lo menos, una decisión inteligente. Ya que en la medida que ampliamos nuestra mirada vemos también las razones de lo que nos sucede, las oportunidades que nos da la vida y la importancia de estar atentos en cada momento para responder de la mejor manera que podamos hacerlo.

Estar atentos nos evita las sacudidas fuertes que nos hacen despertar de la rutina y salir de la zona de confort para atender las pequeñas o grandes cosas que nos están sucediendo.

Cuando nos sentimos “desacomodados”, intranquilos, cuestionados, aburridos, es el momento de revisar nuestra rutina, pero tengamos claro que no siempre es necesario efectuar cambios fuertes. Muchas veces un poco de reflexión nos ayuda a re-enfocarnos y llevar a cabo los ajustes para seguir adelante.

4.02.2018

Manual de valores y virtudes


Manual de competencias


Herramientas básicas de comunicación


¿Equivocarme yo? ...¡Jamás!


Vivimos en una sociedad muy compleja y hay muchas ocasiones en las cuales nos exigen o exigimos perfección. Queremos que lo que se diga o se haga sea perfecto! Y si bien, caer en la mediocridad o el desánimo por la imposibilidad de responder a esa exigencia o autoexigencia es muy inapropiado; el hecho de creer que podemos aprender a hacer las cosas sin equivocarnos, también lo es.

Si sabemos que formamos parte de un universo infinito de posibilidades, no es posible pretender que todo lo vayamos a hacer rápidamente de manera perfecta. Estamos aquí viviendo una experiencia que nos permite aportar lo que ya sabemos y a la vez ampliar nuestros conocimientos y nuestras habilidades, lo cual significa que siempre podemos mejorar lo que hacemos. 

Todo aprendizaje es un proceso de descubrimiento donde hay un entendimiento y una posterior comprensión o integración. La atención y la repetición son herramientas fundamentales para lograrlo, por eso se habla del mejoramiento continuo. 

Pensemos un poquito en cómo influyó o influye hoy en nuestras vidas el medio en que crecimos. ¿Estuvimos entre aquellos a quienes les insistieron que no podían equivocarse y que deberían hacer todo bien desde la primera vez? 

Con hechos, más que con palabras, a algunos nos enseñaron a esconder los errores, a avergonzarnos de ellos y a sentirnos culpables de no ser capaces de hacer lo que los otros consideraban que deberíamos saber hacer a su manera, sin mirar nuestras condiciones particulares. ¡Que lástima!

También de forma erronea, a otros nos condicionaron el amor: “si no haces lo que yo te digo… no te quiero”. Así pues, al miedo a equivocarnos le añadimos el miedo a no ser amados o aceptados y eso sí que nos complicó la vida. 

Debemos saber que aún siendo imperfectos o imperfectas, merecemos el amor. El solo hecho de ser seres humanos con una esencia espiritual nos hace dignos de ser amados. Para cada uno de nosotros aprender debe ser una dicha, una alegría y hacer las cosas bien, el resultado de un mejoramiento permanente. 

Nuestro valor como personas siempre es infinito. Toda fortaleza, toda cualidad, todo conocimiento, toda habilidad y cada cosa que nos caracteriza es un trabajo que hemos hecho con constancia, con esfuerzo y posiblemente con mucho amor. 

Sin embargo, lo que más importancia tiene y debe tener en nuestra vida es nuestra propia valoración. Si nosotros nos amamos, nos admiramos, reconocemos y cuidamos; viviremos con la claridad de que siempre tendremos la oportunidad de equivocarnos y la oportunidad de corregir. 

De este modo dejamos atrás las culpas y podemos disfrutar de la experiencia diaria de aprender y también de la posibilidad de aportar lo mejor de nosotros en nuestro trabajo, a nuestra familia y a la sociedad.