5.21.2018

Todo bien, todo bien… ¿todo bien?


Hay un equilibrio que puede ser difícil de lograr, pero es no imposible. Se trata de desarrollar una mirada más objetiva y tranquila de lo que sucede a nuestro alrededor. En nuestra cultura nos hemos acostumbrado a quejarnos del frío, del calor, de la lluvia, del sol, del tráfico y de los demás. Nos hemos enfocado en ver lo negativo y si bien es cierto que tenemos cosas para mejorar como sociedad, como país o como personas, también es verdad que este enfoque nos resta fuerza y poder para lograrlo. 

Aquello en lo que ponemos la atención, ponemos la energía, así que con la queja y la crítica destructiva le estamos dando el poder exactamente a lo que nos desagrada o no nos parece adecuado.

Centrar nuestro interés en lo que consideramos conveniente, tiene excelentes efectos. De una parte, al enfocarnos en lo conveniente, lo que hacemos es facilitar el encuentro de opciones que nos permiten impulsar y fortalecer precisamente lo que sí queremos alcanzar. Al hacer un análisis cuidadoso, constructivo, que busque y encuentre alternativas ¡logramos el equilibrio! No estoy afirmando que los problemas se solucionen solos si los negamos, claro que sí necesitamos atenderlos, pero desde la mirada constructiva!

De otra parte, al generar un buen ambiente nos sentimos mejor. El trabajo y la vida en general son menos duros y ¡lo logramos sólo con cambiar la mirada! Muchas veces no tenemos que hacer nada más. Si está lloviendo y pensamos que todos necesitamos el agua, nos sentiremos menos irritados al recordar el beneficio que trae a nuestras vidas. 

Cuando por ejemplo, no logramos observar con tranquilidad a otras personas y caemos en la crítica -que es una forma de caer en lo negativo o en la queja- podemos causar muchas dificultades. La primera es que rompemos la comunicación y las posibilidades de acercarnos a la otra persona para mejorar la situación y así viciamos nuestro propio ambiente que se vuelve pesado e incómodo, lo cual hace nuestra vida mucho menos agradable.

En segundo lugar la energía que le mandamos a la otra persona en vez de ayudarla a mejorar la hunde más en aquello que nos molesta, porque con nuestras palabras le damos fuerza a su debilidad. 

En tercer lugar, es imposible que conozcamos las razones y motivaciones profundas, así como el contexto, que hace actuar de manera inapropiada a una persona, por conocida y cercana que sea a nosotros. Por eso es muy atrevido juzgar, puede llegar a ser un abuso de confianza y un completo desatino que tampoco ayuda a cambiar y mejorar la situación.

Por último y no menos triste es que cuando criticamos a alguien generamos desconfianza sobre nosotros. ¿Queremos ser amigos de alguien que sabemos que cuando una persona no está presente habla mal de ella y que seguramente si esa es su costumbre, hará lo mismo con nosotros? ¿Qué nos hace pensar que escaparemos a sus comentarios negativos y a que los ponga en conocimiento de otros? 

No olvidemos que todos tenemos dificultades, cometemos errores y podemos ser vulnerables ante ciertas circunstancias y eso no justifica que los demás se nos vengan encima como si ellos fueran perfectos y estuvieran libres de equivocaciones.

Ahora bien, dejar de hacerle el juego a la cultura de la negatividad y estar atentos más a nuestro propio comportamiento que al de los demás, así como enfocarnos en lo positivo y en la forma posible de corregir las fallas que encontremos, crea un ambiente que produce bienestar, tranquilidad, esperanza de futuro y en consecuencia una mejor salud física y emocional.