4.02.2018

¿Equivocarme yo? ...¡Jamás!


Vivimos en una sociedad muy compleja y hay muchas ocasiones en las cuales nos exigen o exigimos perfección. Queremos que lo que se diga o se haga sea perfecto! Y si bien, caer en la mediocridad o el desánimo por la imposibilidad de responder a esa exigencia o autoexigencia es muy inapropiado; el hecho de creer que podemos aprender a hacer las cosas sin equivocarnos, también lo es.

Si sabemos que formamos parte de un universo infinito de posibilidades, no es posible pretender que todo lo vayamos a hacer rápidamente de manera perfecta. Estamos aquí viviendo una experiencia que nos permite aportar lo que ya sabemos y a la vez ampliar nuestros conocimientos y nuestras habilidades, lo cual significa que siempre podemos mejorar lo que hacemos. 

Todo aprendizaje es un proceso de descubrimiento donde hay un entendimiento y una posterior comprensión o integración. La atención y la repetición son herramientas fundamentales para lograrlo, por eso se habla del mejoramiento continuo. 

Pensemos un poquito en cómo influyó o influye hoy en nuestras vidas el medio en que crecimos. ¿Estuvimos entre aquellos a quienes les insistieron que no podían equivocarse y que deberían hacer todo bien desde la primera vez? 

Con hechos, más que con palabras, a algunos nos enseñaron a esconder los errores, a avergonzarnos de ellos y a sentirnos culpables de no ser capaces de hacer lo que los otros consideraban que deberíamos saber hacer a su manera, sin mirar nuestras condiciones particulares. ¡Que lástima!

También de forma erronea, a otros nos condicionaron el amor: “si no haces lo que yo te digo… no te quiero”. Así pues, al miedo a equivocarnos le añadimos el miedo a no ser amados o aceptados y eso sí que nos complicó la vida. 

Debemos saber que aún siendo imperfectos o imperfectas, merecemos el amor. El solo hecho de ser seres humanos con una esencia espiritual nos hace dignos de ser amados. Para cada uno de nosotros aprender debe ser una dicha, una alegría y hacer las cosas bien, el resultado de un mejoramiento permanente. 

Nuestro valor como personas siempre es infinito. Toda fortaleza, toda cualidad, todo conocimiento, toda habilidad y cada cosa que nos caracteriza es un trabajo que hemos hecho con constancia, con esfuerzo y posiblemente con mucho amor. 

Sin embargo, lo que más importancia tiene y debe tener en nuestra vida es nuestra propia valoración. Si nosotros nos amamos, nos admiramos, reconocemos y cuidamos; viviremos con la claridad de que siempre tendremos la oportunidad de equivocarnos y la oportunidad de corregir. 

De este modo dejamos atrás las culpas y podemos disfrutar de la experiencia diaria de aprender y también de la posibilidad de aportar lo mejor de nosotros en nuestro trabajo, a nuestra familia y a la sociedad.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario