12.12.2013

Acerca del aprendizaje de sí mismo



Aunque la capacidad de aprender sobre nosotros mismos no es considerada comúnmente como una virtud, sí lo es y está en la base de todas las demás ya que nos permite llegar a ellas. 

Desde la niñez vamos aprendiendo sobre nosotros mismos y lo hacemos de innumerables maneras, una muy importante es la observación: podemos observar a otros y también observarnos a nosotros mismos. Vemos por ejemplo, que las personas tienen actitudes con las cuales nos identificamos o actitudes que rechazamos y ellas nos muestran su forma de ver la vida, lo cual nos permite preguntarnos qué creemos y/o qué queremos para nosotros. 

También las vivencias de personas cercanas hacen que podamos mirar qué haríamos nosotros en una situación similar, no para darles instrucciones u órdenes, ni para juzgarlas, sino para analizar si sabríamos que hacer o qué necesitaríamos aprender para sortear una situación semejante de una buena manera.

Otra forma de aprender de nosotros mismos es usar diariamente unos minutos para evaluar el día y reconocer los aciertos que tuvimos, pues para aprender nuevas cosas los seres humanos nos apoyamos en lo positivo que tenemos, en los aprendizajes que ya hemos hecho, en la experiencia que poseemos, en las cualidades y en la intuición que vamos desarrollando. 

Si nos acostumbramos a mirarnos cada día, nos encontraremos en un proceso de aprendizaje que se vuelve permanente y nos lleva a un autoconocimiento progresivo y a una mayor confianza porque validamos frente a nosotros lo que hacemos y dejamos de depender únicamente de la validación o aceptación externa.

Los demás se convierten en un punto de referencia de lo que es posible o deseable para nosotros, pero nos comparamos con nosotros mismos y no con ellos, porque cada persona tiene una mirada particular sobre su vida y un ritmo único.

En nuestra vida diaria se crea como una cadena compuesta por: acción-reflexión-decisión-nueva acción, donde revisamos lo que nos sucede, lo que nos interesa que siga sucediendo, lo que deseamos cambiar, tomamos las medidas pertinentes y volvemos a actuar.

Esta cadena la usamos en los distintos espacios de nuestra vida: espiritual, emocional, intelectual, de salud y también la aplicamos en los ámbitos o ambientes en que nos movemos: familiar, laboral, deportivo, recreativo o social. 

Así, además de actuar y reflexionar, necesitamos tomar decisiones y aunque puede a veces ser sencillo, en ocasiones requiere de un proceso un poco más largo que vamos integrando a nuestra dinámica, a nuestro funcionamiento cotidiano. 

Existen una serie de pasos o etapas definidas que nos orientan en un momento de indecisión, porque a veces nos lanzamos a decidir cómo si sólo existieran dos alternativas: -sí o no- y en la vida es muy raro que suceda así[1], generalmente si pensamos o buscamos más, o si pedimos la opinión de otras personas, encontraremos muchas más posibilidades que al analizarlas nos ayudarán a tomar una decisión acorde con lo que queremos: la felicidad[2]. 

En la medida en que nos acostumbramos a evaluar el día y a tomar decisiones -que volveremos a evaluar más adelante-, ganamos coherencia entre nuestro pensar, sentir y actuar. Esto nos lleva a ser más asertivos y con el tiempo a ser más sabios. 

Además, al evaluar las consecuencias de nuestras decisiones y acciones fortalecemos los criterios propios y volvemos a la realidad con elementos nuevos para afrontarla.











[1] Riso Walter. Los límites del amor. Editorial Planeta 2012: 139.
[2] Cortina Adela. Etica de la empresa. Editorial Trotta S.a. 2000: 22

No hay comentarios.:

Publicar un comentario