3.28.2011

¿Padres Vs Hijos?

Los adultos que somos padres a veces queremos vivir a través de nuestros hijos, queremos que ellos logren lo que nosotros no pudimos o que tengan lo que nos faltó, ya sea cariño, comprensión, dinero, etc. y aunque eso está bien en teoría es en la práctica donde nos equivocamos, ya que en muchas ocasiones los presionamos sin tener en cuenta su edad, los empujamos hacia nuestros sueños y prioridades, pero además con alguna frecuencia ¡ni les preguntamos cuáles son los de ellos!

O cuando van creciendo nos unimos a sus sueños y comenzamos a sufrir porque no los logran rápido o porque experimentan contratiempos. Esto hace que nos volvamos ansiosos, que vivamos preocupados sin poder hacer nada al respecto, que nos ganemos en ocasiones su rechazo, -pero lo que es más grave aún- que dejemos de mirarnos a nosotros mismos y de centrarnos en nuestra vida para recorrer nuestro propio camino.

La paternidad y la maternidad, así como la familia son un gran eje de nuestra vida, pero no reemplaza la persona en su individualidad. Darnos a ellos o “debernos a ellos” como a veces decimos, tiene un límite que es sano y ese es: construir un espacio a salvo para todos, sabiendo que tenemos el derecho y el deber de luchar por nuestros objetivos -tanto los padres como los hijos- y por eso el respeto de unos y otros es fundamental, así como el apoyo y la consciencia de que la responsabilidad de asumir la vida es de cada uno.

A cuántas parejas les pasa que cuando crecen sus hijos y se van de casa, se miran el uno al otro o se miran a sí mismos y no se reconocen. Llega un momento en que solo comparten la preocupación por lo que les suceda a sus niños o niñas (ya que pocas veces los vemos como los jóvenes o adultos que son). Se han olvidado de sí mismos y el único tema de conversación son los hijos, presentes o ausentes.

Si bien ellos son muy importantes y nunca debemos abandonarlos emocionalmente, nosotros como personas también lo somos, también vinimos a tener una experiencia de vida, a aprender muchas cosas. De jóvenes teníamos muchas expectativas y sueños que con la paternidad o la maternidad, los olvidamos, los empeñamos o los aplazamos. Es hora pues de retomarnos, de volver a mirarnos, de compartir el amor con nuestros hijos y apoyarlos, pero disponiendo de tiempo físico y psicológico no solo para ellos, sino también para nosotros.

Acompañarnos de otras personas y acompañar a nuestros hijos es pues muy importante, pero en la medida que se hacen adultos es necesario darles el espacio que requieren para vivir y valorar esas vivencias, para descubrir sus sueños y la fuerza para alcanzarlos. No nos corresponde entonces estar presionándolos para que logren nuestros objetivos y ni siquiera los de ellos.

3.11.2011

Yo elijo…


Hablábamos en la columna pasada acerca de la responsabilidad y decíamos que era un compromiso con nosotros mismos. A veces, sin embargo, en vez de comprometernos con nosotros mismos lo que hacemos es asumir una actitud como si dijésemos “tengo una obligación muy grande” o “tengo una carga que no puedo con ella”… y existe una gran diferencia entre decir yo elijo hacer esto o aquello y decir me toca hacer esto o aquello. 

Pensemos por ejemplo, cómo llegamos al sitio de trabajo cuando al levantarnos decimos “elijo trabajar hoy” o “trabajo porque me toca”. ¿Es muy diferente verdad? Cuando sentimos que lo elegimos, lo hacemos como con agrado y queremos dar lo mejor de nosotros mismos, pero cuando decimos me toca, entonces lo vemos como una obligación y no hallamos la hora de que se acabe la jornada de trabajo para irnos de allí porque todo lo que pasa nos parece maluco. 

Cuando digo -yo elijo- estoy queriendo decir que a través de mi voluntad tomé una decisión y que voy a responder por lo que escogí y voy a hacerlo con la misma alegría y claridad con las que lo resolví. O sea que voy a ser responsable frente a esa situación determinada. 

Así, si yo elegí casarme y tener hijos también elegí lo que esta decisión trae consigo y es atender económica y emocionalmente los hijos que tenga hasta que estén listos para responder por ellos mismos, pero eso no quiere decir que a veces no nos cueste esfuerzo hacerlo. 

Toda decisión trae consecuencias, pero no decidir también las trae. Cuando nos quedamos ahí en el “no sé qué hacer, no me he podido decidir”… también están corriendo las consecuencias de esa NO decisión. Es decir, no decidir también es una decisión, pero eso no significa que tengamos que resolver las cosas de manera impulsiva sin medir las consecuencias que traerá una u otra elección. 

Hay un tiempo para analizar, un tiempo para pensar y un tiempo para optar por lo que queremos y una vez que tenemos toda la información de los pro -y los contra- o sea de cuáles son los beneficios y las consecuencias convenientes o inconvenientes que tiene una u otra situación, debemos dar el paso siguiente: decidir… y también el siguiente… llevar a cabo la decisión. 

A veces decimos: yo decidí que voy a estudiar, pero no busco qué es lo que puedo estudiar y pasan los semestres y no me matriculo en ninguna parte, o yo voy a dejar de tomar y pasan los días y sigo tomando, entonces debe llegar el momento en que diga “yo elegí no tomar y desde ya lo pongo en práctica, no voy a esperar al año entrante, o a que mi hígado esté totalmente resentido”. 

Hay decisiones que son más fáciles de tomar que otras y a veces iniciamos y nos cuesta continuar. Por ejemplo, es común que se quiera dejar de fumar y a veces se toma la decisión, pero se recae rápido o las dietas que comienzan “el lunes próximo”. En estos casos lo importante es volver a mirar cuál es el beneficio que nos traerá esa elección y no perderlo de vista para que sea más fácil sostenernos en nuestra meta y si incumplimos… revisar cómo lo decidimos y volverlo a hacer con el convencimiento de que llegará el momento en que lo lograremos definitivamente. 

Ánimo pues, que elegir es la mejor forma de comprometernos con algo y de responder por nuestros propios actos, sabiendo para dónde vamos y qué es lo que queremos para nuestra vida.

¿Y de mi familia qué?



Recojo aquí algunos elementos que hemos trabajado en otros momentos. Tener una Familia quiere decir tener la posibilidad de contar con una cantidad de cosas positivas. Por ejemplo, familia significa un espacio donde estamos a salvo, significa un espacio donde todos somos amados incondicionalmente, significa un grupo de apoyo y respaldo permanente a cada persona que forma parte de ese grupo familiar, significa compañía y solidaridad en su máxima expresión. 

Pero todo esto no se da de la noche a la mañana y ninguna familia es perfecta, por eso tenemos que trabajar para lograr hacer de nuestra familia lo que queremos que sea. ¿Entonces cómo podemos trabajar para tener una mejor familia? 

Si estamos en esta vida con un grupo familiar determinado es porque tenemos muchas cosas para aprender los unos de los otros. 

Uno de los trabajos más importantes es aprender a escucharnos sin juzgarnos! Si escucho cómo alguien de mi familia hace algo, o cómo piensa respecto a algo, o cómo se siente y abro mi corazón para entenderlo y no para juzgarlo, ganaremos en respeto y aceptación lo que nos hará más fácil, de ser necesario, apoyamos y ser solidarios. 

Otro aprendizaje importante es no pedirles a los otros un grado de aceptación y amor que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de darnos. Las necesidades y expectativas exageradas sólo conducen a la frustración, impidiéndonos construir una verdadera familia. 

Respetar las diferencias y aprovecharlas para aprender de ellas es otro aspecto de vital importancia. Las visiones que tengan los otros sobre las cosas, nos ayudan a tener en cuenta más aspectos de los que vemos nosotros solos. 

Aunque a veces sea difícil, es muy importante también manejar las semejanzas, sobre todo cuando no las reconocemos. Por ejemplo, cuando dos personas son de mal genio y se encuentran en ese momento, habrá problemas, sobre todo si no reconocen que están ofuscadas y buscan controlarse. Si fueran diferentes no lo habría, porque si una de ellas permanece tranquila no se presenta el conflicto. 

Así pasa con casi todas las dificultades, porque el conflicto se crea en las semejanzas y no en las diferencias. Por ejemplo, a veces creemos que nos peleamos con otros por lo distintos que somos pero en el fondo puede ser más bien por otras cosas como por la terquedad de mostrarles a las otras personas que ¡YO TENGO LA RAZÓN!

Tomemos buenas decisiones


Desde que estamos pequeños nos vemos en situaciones que nos llevan a tomar decisiones: tenemos que elegir entre si jugamos con la pelota o con el carrito o las muñecas, si vemos televisión o dibujamos, leemos o salimos al parque, etc., etc. 

Si bien muchas decisiones y sobre todo las más importantes para nuestra vida inicialmente las toman nuestros padres, con el tiempo la responsabilidad de hacerlo recae en nosotros y es bueno saber ahora como adultos que hay un método que nos ayuda a tomar buenas decisiones. 

Es algo simple pero que nos orienta en un momento de indecisión, porque a veces decimos “estoy en esta situación”… y nos lanzamos a decidir cómo si sólo existieran dos alternativas: -sí o no- y en la vida es muy raro que suceda así, generalmente si buscamos, encontraremos que hay muchas más posibilidades y consideraciones que nos orientan para llegar a dónde queremos, que es a lograr nuestro gran propósito en la vida. 

Veamos entonces qué podemos hacer para tomar una buena decisión: 

El primer paso es identificar la situación en la que nos encontramos y que pide de nosotros una decisión: me caso o sigo soltero, estudio mecánica o administración o música… viajo al exterior a buscar trabajo o lo hago en mi país o en mi ciudad… 

El segundo paso es tomar en cuenta cuáles son nuestros principios y cuáles son los valores que afectan o intervienen en la situación. Por ejemplo, quiero vivir con mi pareja pero mi religión no acepta que lo haga sin casarme, pero además mis padres no desean que me case con esta persona aunque yo la ame porque consideran que no me conviene, o mi pareja quiere que lo hagamos de determinada manera y yo todavía no estoy seguro(a) de qué es lo que yo considero mejor para mí y para él o ella. 

El tercer paso consiste en enumerar las distintas soluciones posibles y visualizar el resultado deseado. En la mayoría de los casos no logramos conocer todos los posibles caminos que se pueden tomar para solucionar un problema, pero es importante pensar en distintas posibilidades y no quedarnos con una sola opción. Por ejemplo, voy a darme un tiempo para conocer mejor a mi pareja y evaluar si verdaderamente es la persona con la que quiero formar un hogar. 

El cuarto paso es hacer un análisis detallado de cada una de las posibles soluciones que se encontraron. Es decir, mirar sus ventajas y desventajas, las posibles consecuencias y cómo funciona cada una con respecto a lo que yo creo y valoro. 

El quinto paso es ya elegir la alternativa que según la evaluación va a obtener los mejores resultados posibles y desechar las otras. 

El sexto paso es poner en marcha la decisión tomada con mucha determinación y seguridad, porque así lo decidimos después de un buen análisis. 

El séptimo paso que es también muy importante es evaluar después de algún tiempo si la decisión fue o no acertada y si necesitamos reorientarla o apoyarla con otras decisiones complementarias. 

!A DECIDIR SE APRENDE DECIDIENDO Y EVALUANDO LAS CONSECUENCIAS!












¿Si será que se acabó?


Una acción, una tarea, una relación, un trabajo o una carrera, cualquier cosa que sea, no termina cuando ponemos la palabra “fin” a su lado. Termina cuando hacemos la evaluación de lo que sucedió, cuando nos enfrentamos a los resultados convenientes o inconvenientes de lo que hicimos y estamos dispuestos a mirar como “observadores imparciales” sin juzgarnos, ni culparnos, sin creer que la vida nos va a castigar o a premiar, como si fuésemos niños pequeños. 

Es tan importante evaluar las cosas que salieron mal como las que salieron bien. De todas las vivencias debemos sacar las riquezas, las enseñanzas, debemos encontrar cómo lo hicimos y por qué lo hicimos así, para aprovechar este conocimiento en el futuro, pues todo lo que nos sucede tiene un sentido y es un regalo de la vida, sea que lo podamos ver en el momento o que nos demoremos mucho tiempo para poderlo valorar. 

Pensemos en una vivencia como en una fruta a la cual le vamos a sacar todo el jugo posible. Lo que nos queda es ese jugo… o sea la riqueza de lo que vivimos, la experiencia. Sin embargo, cuántas veces nos quedamos con la pepa ahí… sin atrevernos a sacarle todo el jugo o con el bagazo guardado a ver si de pronto tiene “más juguito…” y efectivamente nos quedamos con el bagazo seco, ahí… estorbándonos! 

Entonces evaluemos lo que vivimos para no quedarnos como “pegados” sintiendo que siempre nos pasa lo mismo, que siempre obtenemos el mismo resultado conveniente o inconveniente y que no sabemos por qué. Si ponemos a funcionar los aprendizajes que logramos en nuestra vida diaria, tendremos la conciencia de tener la vida en nuestras propias manos, nos sentiremos avanzando, progresando. 

Si la vivencia ha sido muy dolorosa necesitaremos algún tiempo para mirarla mejor, para poder entender qué nos pasó, para entender que si no lo hicimos mejor era porque no sabíamos cómo hacerlo, pues si lo supiéramos lo habríamos hecho así o asá… como fuera, porque todos queremos que las cosas nos salgan bien. 

Soltemos el pasado, pasemos esa página, finalicemos las cosas que tenemos comenzadas física, mental o emocionalmente y si salieron como lo deseábamos qué alegría! conservaremos el recuerdo como algo bonito en nuestra vida, como algo que nos mostró que podemos hacer las cosas bien y obtener los resultados deseados, esto nos dará fuerza e impulso para seguir adelante. 

Si no fue así, pensemos seriamente qué podríamos hacer mejor en otra oportunidad similar que se nos presente en el futuro y listo! demos por terminada la evaluación -botemos el bagazo- y sigamos adelante, porque la vida no se para a esperarnos y las cosas comenzadas nos restan energía para avanzar y dar lo mejor de nosotros en otras situaciones. 

Esto es parte de ser responsables con nosotros mismos, de tomar nuestra vida en nuestras propias manos para hacer de ella lo mejor que podamos, para lograr nuestras propias metas y nuestros propósitos vitales. 

Papi, mami... ¿en quién puedo confiar?


Hijo, hija...

Confía en quienes pueden verte a los ojos porque dicen la verdad
Confía en quienes siempre buscan el bien común
Confía en quienes no exigen privilegios para sí
Confía en quienes no abusan de la confianza que se les da
Confía en quienes no abusan del poder que tienen
Confía en quienes se respetan a sí mismos
Confía en quienes respetan a los demás
Confía en quienes son justos, honrados y leales
Confía en quienes cumplen con sus compromisos
Confía en quienes cumplen con su palabra
Confía en quienes saben escuchar
Confía en quienes son iguales en casa, en el trabajo o con los amigos.

Pero sobre todo...

Confía en lo que las personas hacen y no en lo que dicen,confía en ti y confía en Dios

Los tiempos cambian y las organizaciones también


La frase más cierta que nosotros podemos escuchar es aquella que dice que en este mundo “lo único constante es el cambio” y eso es lo que le da sentido a todo lo que hacemos. 

Cuando nosotros hacemos y hacemos cosas y nada cambia ¿cómo nos sentimos? Estancados ¿verdad?, pero cuando las situaciones van modificándose sentimos que progresamos, que avanzamos, que evolucionamos, que vamos hacia alguna parte, hacia alguna meta… hacia nuestro gran propósito de vida. 

En nuestro diario vivir vemos que todo es un proceso de cambio desde que nacemos: cada día nos encontramos con situaciones nuevas y a veces esas situaciones piden de nosotros que pongamos en juego todo lo que somos, lo que hemos ganado como personas y nos enseñan nuevas cosas. 

Así también pasa en nuestro trabajo cuando ya somos adultos. Cada día hay algo que vamos a aprender o a fortalecer y también hay algo que va a cambiar, porque el mundo no es estático, la vida es dinámica y al transcurrir genera situaciones que se ven en desequilibrio y las personas que hacen parte de las empresas, necesitan buscar en conjunto recuperar el equilibrio, pero lo que van a lograr es un equilibrio nuevo, enriquecido, que aparecerá como consecuencia de los cambios externos e internos y de las exigencias que les hace el medio para que se renueven. 

Una gran diferencia entre una organización competente y otra que no lo es, está en la capacidad de las personas que la componen para interpretar las nuevas exigencias del medio y para ser capaces de salir de la zona de confort y adoptar una visión de cambio permanente. 

A veces nos cuesta aceptar que las situaciones y las personas cambian continuamente, pero mirémonos nosotros mismos: somos mejores personas hoy que hace diez años y esperamos ser todavía mejores dentro de diez años ¿verdad? ¿Cómo lo logramos hoy y cómo lo alcanzaríamos dentro de diez años si no existiera el cambio? Miremos nuestra empresa y veamos cómo viene también progresando cada día. 

En ocasiones nos apegamos a lo que somos o a lo que tenemos y nos da miedo soltarnos y dejar que lleguen nuevos aprendizajes a nuestras vidas, pero sólo el abrirnos y aceptar los cambios que se van dando en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestra vida misma, puede hacer que sean más fáciles de vivir, porque el apego sólo nos trae sufrimiento al querer detener el ritmo de la vida. 

Es pues el proceso de cambio permanente lo que va permitiendo que nuestro madrugar tenga sentido, que nuestro trabajo nos aporte y nos enriquezca como seres humanos, que queramos cada día dar lo mejor de nosotros en el sitio donde la vida nos ha dado la oportunidad de estar y así como nosotros hacemos nuestra parte, cada persona en la empresa hace la suya y todos salimos ganando. Todos avanzamos, ¡todos progresamos! 



Lo positivo es permanente y lo negativo es transitorio

Tal vez usted piense ¿cómo es eso? pues las personas no somos SIEMPRE iguales, vamos cambiando, vamos superando dificultades, obstáculos y defectos y cuando lo hacemos eso que hemos ganado permanece con nosotros. 

Devolvámonos un poco, cuando acusamos a alguien de que "usted siempre me dice mentiras" o "usted nunca llega a tiempo" o "es que su desorden no tiene remedio", podemos estar seguros de qué nos estamos equivocando. Debe haber muchas situaciones donde la persona dice la verdad o llega a tiempo, o incluso que ordena algunos de sus objetos. Lo importante es que cada persona descubra en que situaciones logra actuar correctamente. 

Si yo descubro por ejemplo que ordeno mis papeles porque son importantes para mí y no quiero que las personas que trabajen conmigo se retrasen o sufran porque todo papel que me entregan lo boto, puedo darme cuenta que hay algo de orden en mí, que no todo es desorden y puedo apoyarme en esto que es positivo para cambiar y lograr mejorar una situación. 

Así pasa con todas las personas y también con nuestros hijos. Todos aprendemos apoyándonos en lo positivo y no en lo negativo, porque en el interior de cada ser humano hay una fuerza permanente que lo impulsa a buscar la armonía, la felicidad, la paz y el amor en su sentido más amplio. Esta fuerza nos lleva a preguntarnos cómo podemos ser mejores cada día y superar las limitaciones que tenemos. 

Así poco a poco vamos construyéndonos como seres espirituales y lo que ganamos es el piso firme para seguir adelante, es nuestra verdad, por eso permanece en nosotros, lo demás lo desechamos, por eso es transitorio.

La misión de la familia


La familia debe proporcionar un ambiente estable, de apoyo, de aceptación y de estímulo a todos sus miembros, especialmente a los niños. La familia es un espacio fundamental en el aprendizaje del amor, la tolerancia, el compartir y la comunicación. Debe ser un sitio "a salvo" del mundo exterior y ofrecerle a cada quien la oportunidad para explorar sus aptitudes e intereses. 

Es importante tener en cuenta que "aprendemos a ser papás de nuestros papás" y "mamás de nuestras mamás", y actuamos con nuestros hijos muchas veces sin pensar en que lo hacemos por la aceptación o el rechazo de lo que vivimos nosotros. 

La elección de pareja se ve muy influida por el modelo de padres que tuvimos y de acuerdo con esa vivencia, buscaremos personas más o menos semejantes a ellos, de ahí la importancia del ejemplo... 

¿Qué pareja y qué familia queremos que tengan nuestros hijos? si ellos ven que sus papás dialogan seguramente buscarán una pareja con la que puedan hacerlo, lo mismo si viven el respeto entre sus padres, el apoyo y el compartir de las responsabilidades y las oportunidades. 

Sin embargo, no podemos negar que en todas las familias existen conflictos y dificultades, pero son el afecto y la buena comunicación, aunados al respeto mutuo, los que hacen posible encontrar alternativas viables para superarlas.

¡Cuánta energía malgastada en la crítica!


Cada vez que pensamos, estamos creando una imagen y a esa imagen le damos una determinada fuerza, por eso cuando hablamos nos expresamos con mayor o menor entusiasmo, con más o menos rabia, o con más alegría, o ternura… 

Esa fuerza es en realidad una energía y por eso podemos decir que en cada imagen mental hay una energía que vibra y cada imagen tiene una vibración diferente (amor, dolor, etc.) y de un nivel mayor o menor. 

Cuando estamos tranquilos y serenos decimos que estamos “equilibrados”, porque nuestra energía vibra de manera armónica y adecuada. Pero cuando estamos de mal genio o estresados “nos desequilibramos” y nuestra energía vibra de manera inarmónica o inadecuada. 

Cuántas veces con nuestro pensamiento comenzamos a juzgar a otros y después cuando lo decimos le ponemos más energía para darle impulso y le ponemos aún más energía para que otros nos entiendan y usamos aún más energía para convencerlos y hacer que ellos estén de acuerdo con nosotros. ¡Qué gran esfuerzo y cómo nos desarmonizamos y perdemos nuestra propia tranquilidad! 

Pensemos cuántas veces juzgamos en el día: a la persona que camina más lento o a la que camina más rápido. La más gordita o la más flaquita, la más alta o la más bajita… O… a la persona que al darle una explicación no la entiende y entonces tenemos que repetirle una y otra vez y empezamos a juzgarla: “qué persona tan lenta para entender… parece que es como muy brutica… y no me pone atención… y si no me pone atención pues que otro le explique…” y nos vamos desarmonizando sin necesidad. ¡Cuánta energía desperdiciamos! 

Preguntémonos cuántos minutos, cuántas horas, dedicamos durante un día a criticar a otros, a juzgarlos. Hagamos el ejercicio en la noche preguntándonos cuánto tiempo gastamos hoy criticando y miremos qué ganamos con ello… ¿Pudimos cambiar a los otros? NO, conseguimos lo que queríamos? NO, pero lo sepamos o no, la energía le llega a las otras personas así no les digamos las cosas directamente, pero hay algo cierto, que si fomentamos las criticas desagradables, el ambiente de malestar nos afectará a todos. 

Podemos cambiar, podemos dejar de echarle esas “flores muertas” a nuestro ambiente y usar esa energía para: entendernos, entender a los otros, mejorar y corregir nuestros errores; entonces tendremos un ambiente muy pero muy agradable y amistoso que nos permita mantenernos más equilibrados y en paz.

¡Hogar dulce hogar!



Hogar dulce Hogar, es una expresión que utilizamos en muy contadas ocasiones para expresar el gusto de estar en familia, o en otras oportunidades por sentir que llegamos a un ambiente seguro, tranquilo, agradable, donde vamos a ser recibidos: con afecto, cariño y amabilidad, después de un día agitado, con dificultades y con mucho cansancio. 

Pero, ¿debe ser para ocasiones esporádicas el anhelar llegar a nuestro hogar? Lo ideal es que sea todos los días, no de vez en cuando. 

Cuando sentimos esa felicidad de estar en compañía de nuestra pareja y de nuestros hijos, debe fortalecernos el saber que ese sentimiento proviene de una realidad que hemos experimentado anteriormente, y qué podemos seguir teniendo. El hogar no es el lugar físico donde habitamos, es el ambiente interior que construimos día a día y que expresamos sus integrantes: Padres e hijos. 

El ambiente familiar lo componen entre otros elementos: la alegría y la armonía de cada una de las personas qué pertenecen a ella. Es como una gran pieza musical interpretada por varios músicos que ejecutan diversos instrumentos, que aunque cada uno toque una melodía diferente se integran en una sola ejecución. 

En el hogar, el padre, la madre y cada uno de los hijos son diferentes y ejecutan sus acciones de manera diversa, pero si todos se orientan por el diálogo, el respeto a ser diferentes, el apoyo-mutuo, el escucharse con atención y el cumplir con cada una de las tareas a las que se comprometen, estarán contribuyendo a lograr esa armonía que todos deseamos. 

Pero es una tarea diaria, que requiere ser revisada y enriquecida por todos, cada día debe estar presente el propósito de brindar una sonrisa, una palabra de reconocimiento a lo bueno, de brindar apoyo a quien lo solicite y dar nuestra opinión, sin caer en la descalificación o la exigencia desmesurada. 

No olvidemos que también un abrazo, una mirada consoladora y mostrar siempre optimismo, ayuda a crear ese ambiente deseado de: ¡hogar dulce hogar!

El mejor regalo para nuestros hijos


El mayor deseo de todo padre y madre es que sus hijos salgan delante, que triunfen en la vida, pero ¿cómo ayudarlos a lograrlo? 

Una de las más importantes enseñanzas y quizás el mejor regalo para nuestros hijos es que aprendan a elegir, que aprendan a saber qué desean y si les conviene o no. Que no decidan por capricho sino evaluando las consecuencias que pueden tener sus actos y analizando el beneficio que pueden lograr. 

Cuando elegimos nos volvemos responsables porque tenemos claro hacia dónde vamos y lo que queremos lograr. La responsabilidad no es pues el cumplimiento de una obligación impuesta por otros, sino el "responder" por aquello a lo que nos comprometimosy como ya dijimos, nos comprometemos porque vemos el beneficio para nuestra vida, para nuestras metas. 

Bien sea que queramos estudiar, trabajar, jugar fútbol, o hacer el almuerzo, siempre podremos dar lo mejor de nosotros mismos si lo elegimos sabiendo porqué lo vamos a hacer. 

Si alguno de nuestros hijos elige hacer algo, estemos o no de acuerdo con que lo haga, debemos permitirle tener la experiencia, a no ser que se vaya a causar un daño grave, o a causarlo a otros. Dejarlo que haga lo que él ha elegido, no por capricho sino por su convencimiento, es importante para su formación. 

Pero eso sí, luego debemos sentarnos con él a evaluar esa experiencia. ¿Qué aprendió en el proceso? ¿Cuáles fueron los resultados? ¿Qué consecuencias esperadas o no va a tener por sus acciones? 

En fin, hay que ayudarle a mirar el conjunto de la situación y a entender que todo lo que hacemos trae consecuencias convenientes o inconvenientes, pero que igual tenemos que aceptar el resultado de nuestros actos, nos guste o no. 

Educarlos dejándolos escapar de las consecuencias de sus acciones los vuelve irresponsables, los ubica en un mundo irreal y difícilmente podrán lograr alguna meta o triunfar como queremos que lo hagan. 

Pensemos en nosotros: cuánto nos cuesta aceptar que nos equivocamos, no solo ante los demás, también ante nosotros mismos y cómo nos es de difícil aceptar también lo bueno que nos llega, porque como no asumimos la responsabilidad de lo que hacemos, tampoco creemos merecernos nada bueno. 

Cuántas veces hacemos algo lindo y nos dicen gracias... y qué respondemos? de nada...pero no es verdad, sí hicimos algo que nos mereció el agradecimiento de otros. Aceptémoslo y enseñemos a nuestros hijos a agradecer y a recibir el agradecimiento de otras personas. 

Valorar lo que consideramos positivo es tan importante como valorar lo que consideramos negativo, pues es la única forma de aprender a elegir, de entender lo que nos llega y de poder orientar nuestras acciones hacia los resultados que deseamos alcanzar.

¿A qué nos comprometemos?


La responsabilidad no es más que la habilidad para respondernos (respons-abilidad) a nosotros mismos y a nuestros compromisos y debemos tener en cuenta que nuestra mente siempre que le decimos que vamos a hacer algo, nos lo cree. 

Cuántas veces nos pasa que quedamos de llamar a nuestros amigos o a alguna persona para vernos con ella, para almorzar o para hacer algo especial… Y cuántas veces nos pasa que eso queda allí y no lo hacemos… También a veces les prometemos a nuestros hijos llevarlos a algún lugar o comprarles algo y tampoco lo hacemos… o tenemos libros comenzados a leer que nunca terminamos, o botones que debemos pegarle a una camisa o cosas dañadas que algún día vamos a arreglar… 

Bueno, eso que nos queda siempre pendiente y nos parece tan común en la vida diaria, tiene un alto costo para nosotros pues nuestra energía para hacer las demás cosas se va como minando. 

Pensemos por ejemplo, en una manguera que conectamos a la llave del agua y la abrimos, al otro extremo sale “el chorro” de agua, verdad? Pero si la manguera tiene pequeños o grandes agujeros, o si está muy porosa perderemos mucha agua en el trayecto, cierto? 

Así pasa con la energía que tenemos para hacer algo, la enfocamos, la enviamos y al salir con toda la fuerza hace que logremos con mayor facilidad lo que deseamos (siempre que sea conveniente para nosotros). Pero a veces empezamos a pasar esa energía por la manguera y la encontramos llena de roticos… pequeños o grandes agujeros… y ellos van disminuyendo la cantidad de energía que sale al otro lado y para lograr una meta necesitamos ahora más esfuerzo, nos sentimos como cansados de invertir tanta energía para hacer algo por pequeño que sea. 

El secreto entonces es completar lo que tenemos pendiente. A veces a las 7.00 de la mañana tenemos una lista interminable de cosas para hacer y sabemos que el día no nos alcanza para todo eso, pero si las tomamos una a una, hasta terminarlas los “rotos, grandes o pequeños” por donde se está escapando nuestra energía irán desapareciendo. 

A veces ya perdimos el interés en el libro que tenemos comenzado, o ya no queremos visitar a alguien, entonces no tenemos que hacerlo a la fuerza, en ese caso lo damos por cancelado y lo afirmamos para nosotros mismos: “Doy por terminada la lectura de este libro, no me interesa continuarlo” y así sale de la lista de nuestros pendientes, o “cancelo la intención de visitar a peranito pues lo que quería hacer con él ya lo hablé por teléfono” o “desisto definitivamente de comprar x cosa pues me causaría problemas económicos en este momento”. 

Lo importante es informarle a nuestra mente que no tiene que seguir guardando la cantidad de energía que tiene reservada para hacer lo que dijimos que íbamos a hacer algún día, porque la mente nos va haciendo la reserva y eso es lo que hace que perdamos fuerza para actuar y todo sea cada vez más difícil de hacer y de lograr. 

La mente no distingue si lo estamos diciendo de verdad o solo por decirlo y como su tarea es hacer que logremos nuestras metas, nos guarda la energía para que lo realicemos. 

Esto nos hace pensar también en la importancia que tiene TODO lo que decimos. Expresiones tales como: “es que me provoca matarlo” o “no me lo aguanto más”, o “un día de estos tal o cual cosa…”, quedan en nuestra mente como pendientes que le abren un roto a nuestra manguerita energética y hacen que la mente nos lleve a buscar cumplirlos. Así que cuidado con lo que vamos diciendo o afirmando por ahí… y si ya lo dijimos informemos a nuestra mente que esa acción está cancelada, que la damos por terminada. 





Cambiemos la fuerza por la razón...

Muchas personas seguramente crecieron en hogares donde los papás los maltrataban físicamente o maltrataban a sus mamás... y todos los que lo vivieron, saben el infinito dolor que esto causa y lo difícil que resulta aún en la edad adulta, sanarlo, olvidarlo o perdonarlo. 

Y es que no podían comprender por qué lo hacían... Muchos de ellos venían de hogares donde también les tocó vivir esa situación de maltrato y dejaron de pensar en su dolor, para sacar esa rabia dañando ellos también a los seres que amaban. No aprendieron a arreglar las diferencias de una manera sana que les permitiera mirar al futuro con optimismo, sintiéndose amados y respetados en su hogar. 

Otros no vivieron en sus hogares el maltrato, pero lo vieron en otros sitios, o personas confundidas, resentidas o envidiosas los influenciaron para que no buscaran acercarse de una manera positiva a sus familias, sino que se expresaran por la fuerza, haciéndolos creer que así lograrían ganarse el respeto. 

Pero no nos confundamos también nosotros! No hay nada que justifique agredir física o psicológicamente a otra persona. No podemos escudarnos en la historia, en el dolor o afirmar que "no queríamos pero ella (o él) me obligó". Nada más falso que esto. Aunque nos digamos esa mentira, en el fondo sabemos que estamos equivocados, que hay otras formas de expresar el temor o el dolor que llevamos dentro. 

Es pues una situación en la que debemos reflexionar: agredimos a otros cuando no sabemos qué hacer, cuando no tenemos argumentos o no logramos hacernos entender y queremos imponer por la fuerza nuestras ideas. Pero esto NO es una razón válida. Tenemos que cambiar. Nadie ama a su carcelero... Es decir, a la fuerza no nos van a querer o a respetar. Nos van a tener miedo y eso rompe de una vez por todas, la posibilidad de una sana relación porque el temor es enemigo de la comunicación y eso hará que no podamos sentirnos alegres, realizados y orgullosos de lo que logran nuestros hijos o de las cosas buenas que hace nuestra pareja. 

Afortunadamente para nosotros hoy existen muchos medios de sanar el pasado y mirar hacia adelante sabiendo que nos casamos porque amábamos a esa persona y que el amor es ante todo respeto y comunicación. Que si buscamos ayuda podemos conservar nuestra familia y tener la seguridad de pertenecer a un grupo donde estamos a salvo. 

Hay muchas entidades y personas a las cuales podemos acudir en busca de apoyo para no repetir de manera interminable esta historia y no dañar a los seres más queridos por nosotros: nuestra pareja y nuestros hijos. Es necesario aprender a dialogar, no cerrarnos y hacer acuerdos que se respeten entre la pareja y con los hijos. Estas herramientas nos ayudarán a mantener unida nuestra familia.

Aprendamos a decir “NO”



A muchos de nosotros en la infancia nos enseñaron a decir que sí a todo lo que nos pedían los adultos, independientemente de si queríamos hacerlo o no. Debíamos responder: “sí señor” o “sí señora “y… cuidadito no obedecíamos… 

Bueno, pues eso se nos quedó tan grabado que aún hoy que ya somos adultos, nos cuesta diferenciar si lo que nos piden nos interesa, o si choca con nuestras actividades o con los compromisos que ya hicimos con nuestra pareja, en nuestro trabajo o con nuestra familia. 

También por esto nos vamos llenando de cosas pendientes, porque aplazamos lo nuestro sin preguntarnos qué es en verdad lo más importante y creemos que si decimos que no, nos van a tachar de egoístas o de malas personas y entonces complacemos a los demás aún en contra de nosotros mismos y en ocasiones exigiéndonos unos sobreesfuerzos inmensos para buscar cumplir con todo, olvidando que el día sólo tiene 24 horas y la semana 168 y que entre más cosas tengamos empezadas menos energía tendremos para completarlas. 

Hay una serie de herramientas ya mencionadas por muchos autores pero que nos ayudan a trabajar este tema, entre ellas están: 

  • Practique frente a un espejo decir: “no, gracias” o “lo siento, tengo otro compromiso”, “sabe qué, la verdad prefiero descansar y quedarme en casa tranquilito(a)”. Cuando lo haga observe su expresión, el tono de voz con que lo dice y dígase a sí mismo que usted tiene derecho a decir NO y repítalo hasta que sienta que lo hace bien. 
  • Díga NO con firmeza pero con amabilidad. No necesita gritar ni ser agresivo. Es su derecho y si le piden un favor o le hacen una invitación, usted bien puede negarse por la razón que sea, o aún sin ninguna razón aparente, sólo porque así lo siente, confíe en su corazón. 
  • Actúe sin sentirse culpable. Revise sus prioridades y mire de quien es la responsabilidad de hacer lo que le piden. Si es suya, colóquelo en su agenda y mire que prioridad tiene, de lo contrario revise, porque a veces le piden que usted haga cosas que no le corresponden porque saben que usted no sabe negarse. 
  • No se justifique. Es suficiente con un “no puedo ahora, en otro momento con gusto”, o “gracias por su invitación, lo pensaré y si puedo le aviso” Etc. Etc. Pero no se enrede en disculpas y justificaciones porque de una parte, usted no está obligado a hacer o a aceptar todo lo que le digan, de otra, tiene derecho a su intimidad y además tanta explicación termina por enredarlo todo y hacer que el otro sienta que le tiene que rogar y esa no es la idea.
  • Tenga en cuenta sus deseos y sus sentimientos. Dese la oportunidad de contactarlos y respetarlos, porque estos son la clave para ser auténticos, para ser usted mismo(a). 

La libertad de ser quienes somos es un derecho propio y nos lo da la Vida.

¡Adiós al fracaso!

Generalmente cuando las personas tomamos una decisión y la llevamos a cabo, esperamos a ver cómo salen las cosas: si salen bien quedamos contentos, de lo contrario nos sentimos fracasados, pero ¿realmente existe el fracaso? No. En nuestra vida existen resultados inconvenientes, indeseables, inesperados tal vez, pero no son resultados tajantes o definitivos. Son transitorios si miramos la vida como una oportunidad de aprender, de crecer y de ser mejores cada día.

Si recordamos lo que tantas veces hemos oído y leído “lo negativo es transitorio y lo positivo es permanente", no podemos pensar que la vida nos condena eternamente al fracaso si nos equivocamos en un momento dado, o si dejamos por fuera esto o aquello, o si no estuvimos atentos un segundo en particular o nos descuidamos y los resultados no nos gustaron.

Puede ser que no podamos reparar o cambiar una situación específica porque no podemos devolver el tiempo, pero sí vendrán nuevas ocasiones, oportunidades y momentos donde debamos utilizar los mismos recursos que hoy creímos usar mal y podremos hacerlo bien en esa nueva ocasión, por eso no tiene sentido que nos sintamos culpables y vivamos amargados pensando que no nos merecemos nada bueno porque aquel día, en aquel instante, nos equivocamos poco o mucho...

Si miramos las cosas aisladamente, pueden verse perfectas o totalmente negativas, pero si nuestra mirada es más a largo plazo nada es tan negativo o trágico. Por ejemplo, mi hijo perdió el año en el colegio, ¿fracasó? No, aprendió muchísimas cosas, en un año se aprende de todo y lo académico es sólo una parte. Hay una ganancia clara y mayor experiencia para afrontar el año siguiente de una manera más juiciosa, responsable o lo que sea que deba tener en cuenta mi hijo para cambiar el resultado académico. Así, siempre hay que mirar el conjunto y ver las cosas en una perspectiva más amplia.

Igual pasa cuando un negocio no sale como yo pensé que saldría. Aprendí que debo tener en cuenta otras cosas y gané en experiencia y en conocimiento de las condiciones que debo considerar, así que cada día aprendemos algo y podemos corregir, reparar, cambiar o agregar lo que consideremos importante, para que la vez siguiente obtengamos resultados deseados y convenientes para nosotros.

A veces entran a funcionar otras cosas como la alta auto exigencia y el orgullo y nos damos golpes de pecho porque no hicimos las cosas de manera perfecta, o lo que es peor, les exigimos a otros casi la perfección, pero entonces ¿qué fue lo que vinimos a aprender? Si todo lo debemos saber hoy, ya podemos morirnos, porque la vida solo tiene, sentido cuando podemos aprender cada día de lo que vivimos. Pero atención: aprender. Así como estas dos condiciones (el orgullo y la alta auto exigencia) nos crean problemas, también la dejadez, la pereza y la baja auto exigencia nos impiden aprender y obtener resultados satisfactorios para nosotros y para nuestro entorno.

Demos lo mejor de nosotros mismos y entendamos qué tiene la vida para enseñarnos cada día, eso nos hará más felices y podremos decir ¡adiós al fracaso!